De Roberto Darvin no se sabe mucho; si
recurrimos a esa arma de destrucción masiva de torpezas llamada “Google”, la
búsqueda se mezcla con su lejano primo Charles Robert Darwin y la cosa se va
por las ramas. Si uno se basara en “Calle Yacaré” o “Milongón del Guruyú”, podría
decir que es un exquisito fotógrafo, con la manía de meter imágenes perfectas
entre canciones. Se estaría omitiendo que es uno de los mejores guitarristas
que ha dado esta tierra, entre la rítmica de Mateo y lo virtuoso del Toto
Méndez, pero, sin duda, lo más acertado sería hablar de Alberto Mastra, por
conjugar ambas virtudes y lo arrabalero. Referente de grandes, sus canciones
han sido interpretadas entre otros por Celia Cruz, Adriana Varela y Jaime Roos,
y goza paradójicamente de mayor reconocimiento fuera de fronteras.
-Empecemos en 1970. Después de Discodromo
y de Rubén Castillo, te tocó participar en el Primer Festival Mundial de la
Canción Latina en México, y ya prácticamente no volviste.
-Me fui en el mejor momento. Estaba
haciendo mucha televisión y tenía cierta popularidad, pero un día, entre Germán
Araújo -por entonces gerente comercial de Canal 12- y Rubén Castillo decidieron
que yo era quien debía ir a representar a Uruguay a un festival en México. Fui
y anduve bastante bien; cuando volví me habían hecho un programa especial para
mí y vine haciéndome la estrellita. El festival fue en marzo, pero en junio iba
a ser el Mundial y don Carlos Solé, con quien tenía una muy buena relación, me
pidió que le consiguiera un lugar para vivir, mientras duraba el Mundial. Así
que terminé de vuelta en México con un grupo de periodistas y cocinándole a
Solé. La pasamos fenomenal, aunque terminamos enojados, porque ¡Uruguay terminó
cuarto! No lo podíamos soportar, en ese momento no se podía entender que
quedáramos debajo de Alemania. Después del Mundial regresé a Montevideo, pero
había dejado contratos firmados allá, así que después de unos meses volví a
México y estuve en Estados Unidos tocando en universidades bilingües de
California. Me pasé tres años extrañando volver y llegué en 1973. ¡Qué año para
volver...! Rubén me dijo: “Si tenés laburo allá, desensillá hasta que aclare,
porque la cosa aquí oscurece”. Y yo, que venía a quedarme, arranqué de vuelta.
-Después, de México fuiste a Madrid, en
donde tocaste en un boliche durante tres años.
-Por esa época había una canción mía que
andaba bien, “Fronteras”. En ese boliche en donde yo tocaba caía un tipo
grandote de barba cada diez días, tomaba un gin con tónica y me pedía
“Fronteras”. Me iba a escuchar a mí, yo sabía que si llegaba el tipo la pedía.
Hasta que un día vino un mozo cordobés que había y me dijo: “El rey te manda
pedir ‘Fronteras’, me tiene las bolas llenas”. Yo quedé completamente
despistado. “¿Qué rey?”, “El rey, boludo”, “Pero si él no tiene barba”, “Se la
pone para escaparse a la guardia”. Se disfrazaba y se escapaba para salir por
los boliches de Madrid, después estaba toda la seguridad buscándolo.
-Imagino que después de eso lo conociste.
-No, no, para empezar los reyes me caen
antipáticos... Todo bien, pero todo mal.
-Después fuiste a Francia.
-Don Atahualpa Yupanqui me dio manija,
dijo que me iba a presentar y yo, un poco deslumbrado por el viejo, llegué a
París. Ahí encontré a El Sabalero y conocí a Jaime, que me pidió que pusiera
las guitarras para “Aquello”, y con Charuto Capuano le hicimos los coros a “Los
Olímpicos”.
-En todo ese periplo, ¿cuál fue el peor
laburo que te tocó?
-Yo siempre viví como dice Cantinflas,
“pues de milagro”, pero siempre con la guitarra a cuestas, de los toques y de
los derechos de autor; he tenido la suerte de que gente grabara mis canciones.
Te diría que el último que me vio trabajar ocho horas para un patrón no es
ningún botija.
-Al comparar tus primeros discos con los
tres últimos, se nota un cambio en tu música.
-Sí, creo que ha habido un cuidado más
meticuloso del tratamiento del idioma.
-Te lo pregunto con respecto a la
temática poética. Ahora se nota una cuestión más “orillera”, mientras que antes
predominaban el amor y tal vez el asunto americanista...
-Soplaban otros vientos. Había que tomar
partido, aunque existían otras posibilidades, como cantar boleros o baladas.
Pero si escribías y tenías determinado concepto de cómo tenían que ser las
cosas, te embarcabas.
-También en el aspecto rítmico hay un
cambio: la presencia de la milonga y el candombe es más fuerte.
-Sí, está más marcada; me dejé de joder
con otros ritmos, que también defiendo y adoro. Me volqué más a la vertiente de
la música uruguaya, aunque no creo que la gente me identifique con la música
uruguaya; tampoco me importa. Estar viviendo acá me permite uruguayizarme de
una forma más radical. Pero no me importa si es world music o en qué cajón lo
quieren poner. Yo escribo canciones y las hago lo mejor que puedo, quiero
trabajar con sonidos acústicos y no demasiadas notas, no invito acróbatas a
tocar en mis discos. Entiendo la ansiedad de haber estudiado y saber todas las
escalas y acordes, pero hay que saber despojar todo eso. Si te fijás en lo que
toca Hugo [Fattoruso], ves que es tanto lo que sabe, que sabe por lo que toca y
por lo que no toca, por la economía que hace al no tocar donde no debe; es un
pintor que colorea. Lo que tocó en “Banderas y estandartes” es maravilloso.
Además, tiene una humildad sobrenatural. Estoy súper agradecido con la gente
que colaboró tocando conmigo en este último disco. El prestigio de tocar con
Fulano o Mengano está bárbaro, pero con el prestigio no le pagás a Antel.
-Para este último disco, Vamos bien, si
bien está el Pitufo Edú Lombardo en las percusiones, sacaste los tambores.
-Sí, pero donde pasa el enanito todo
suena bien. Lo que pasó es que yo siempre grabé con el papá de Malumba, con
Cacho Jiménez, y para este disco tuvo la pésima idea de morirse; en ese momento
decidí que no iba a poner tambores, un silencio de homenaje a Cacho, aunque
haya temas que los pidan a gritos. De todas formas los acentos que mete el
Pitufo son bárbaros.
-¿Cómo es llevar el candombe a la
guitarra?
-A mí me dio mucho trabajo llegar a lo
poco que toco, porque no tenía referencias, o sea, dónde hacer pie para crear a
partir de allí, la referencia eran los tambores y eso sí estaba claro. Lo que
hice en la trama, que son los cuatro tambores (si tenemos en cuenta el bombo,
que ya ni se usa), teniendo mucho cuidado de no pelearme con nadie, fue meter
un hilo más en el tejido. Y dibujar en ese telar maravilloso que es el golpe de
los tambores. Meterme ahí con la guitarra en puntitas de pie swingueando sin que
nadie me lleve por delante ni pisar a nadie. Cacho Jiménez decía que si hay
tambor piano y chico hay candombe; significa que hay un tambor que no es
imprescindible, que es el repique, y ahí hay un lugar para tocar la viola. Es
el tambor más difícil pero es el más libre y es el que te permite irte y entrar
cuando quieras sin que nada se caiga. Pero no es tema fácil porque los tambores
no te acompañan, vos tenés que encontrar la vuelta porque el toque va a cambiar
y van a acelerar, y es así que grabamos todos.
-Hablemos de milongón, milonga y
candombe.
-El milongón no es un candombe lento, es
un milongón. Tiene una alta dosis de milonga más que de candombe. De ambos
ritmos nace el milongón pero, como su nombre lo indica, tiene alta presencia
milonguera. Los viejos decían, creo que con buen criterio, que el tango viene
de la habanera y la habanera no puede venir de otro lado que no sea Cuba; llegó
en barco, como llegaban todas las cosas, como llegó la marinera a la música
peruana, por los cantos de los marineros. La música cubana se formó con dos
vertientes: una es la música del sur de España y otra es la africana. Las cosas
llegaban principalmente a Cuba y de ahí a los otros puertos; por esto yo no
tengo dudas de que las formas rítmicas del son están emparentadas con la
milonga y ésta con el milongón. Lauro Ayestarán decía que lo que se tocaba aquí
en los años 1950 no era candombe, que lo que se tocaba con los tambores ya era
otra cosa. Curiosamente, después aparece la clave del candombe, que es la misma
de la música cubana, la clave de la rumba. Gardel nunca grabó candombes porque
no había.
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